Por Mariano Reyes
Se pone difícil ponerle título a un posteo sobre temas que se repiten día a día. Uno ya no sabe qué sinónimos utilizar. El rico léxico que tenemos los que hablamos este hermoso idioma, ya queda corto en comparación con los actos de criminalidad que nos tienen en vilo en nuestro distrito.
Desde hace varias semanas vengo pronunciándome sobre aquellas cosas que, como vecinos de Almirante Brown, necesitamos que cambien para vivir como merecemos. Desde la agilización para sacar un turno en los hospitales públicos, pasando por la contención de merenderos que nos lleva a descubrir hermosos corazones solidarios pero que a su vez, nos hace reflexionar en que no deberían existir estos lugares si viviéramos dignamente. Y llegando a aquellos actos que ponen en peligro nuestra integridad física.
Durante años, quienes nacimos y crecimos en Almirante Brown, veíamos como algo distante que algún noticiero o programa de la televisión nacional mencionara nuestro distrito o alguna de sus ciudades. Cuando eso pasaba, se paralizaba todo. Era un acontecimiento para un municipio que aún mantiene esa impronta de «pueblito apartado de la urbe». Pero hoy, veo con tristeza que se nos menciona en los grandes medios con bastante frecuencia, y no por las bondades del mismo o por algún actor social que se destaque en la cultura o el deporte -que son varios, por cierto-, sino por aquellos resonantes casos en los que el delito es protagonista.
El delivery asaltado mientras entregaba un pedido en José Mármol, el automóvil sin una rueda en pleno centro de Adrogué, el violento robo con golpiza incluida a una pareja que mostraba su auto para venderlo, en Malvinas Argentinas… y hace apenas unas horas, el joven policía asesinado en las calles de Burzaco para sustraerle una moto. Solo 22 años, toda una vida por delante.
La «tierra arrasada» de la cual un político con pocas luces hablaba para empezar a justificar su incapacidad para lograr soluciones, es la que nos está dejando este gobierno en retirada. Una tierra que fue arrasada por la ineficiencia del aparato estatal y por el clientelismo político. También por la tergiversación en la función de las instituciones como, por ejemplo, las escuelas, que pasaron de ser un lugar donde educarse para convertirse en comedores comunitarios. Por la inseguridad de cada día y por la desidia de un Estado ausente.