Su voz áspera, cargada siempre de palabras indecibles, fue durante varias décadas el sonido que se escuchaba muy al fondo, ahí donde yacen las verdades incómodas, esas que nadie más se anima de decir.
Cuando todo era confuso, pegábamos el oído a su fortaleza, nos transfundíamos su coraje, visualizábamos el blanco inmanente de sus reclamos, nos acomodábamos en el regazo de su irreverencia, mamábamos la generosidad de su maternidad.
Hebe resignificó la maternidad para todas y todos nosotros. La socializó, con la lucha la transformó en un útero fluorescente al que entrábamos y del que salíamos de nuevo enteros, templados y al mismo tiempo embravecidos por la sangre que le corría por las venas. Hebe fue lo opuesto a la indiferencia.
En este país nadie puede hablar de rebeldía sin abrevar en ella. Nadie, y el que lo haga es un impertinente que está mintiendo. Con su dolor por los dos hijos que le mutilaron, Hebe se dejó florecer para reencarnarlos en miles de otros hijos e hijas que tuvo a lo largo de su vida extensa pero trajinada como una juventud de potencia infinita.
Nadie se les animaba a los genocidas cuando ella y sus compañeras se le paraban a la montada y no retrocedían. Nadie vociferaba inconveniencias para el poder, cualquier poder, como ella. Fue la incorrección política hecha madre y la entrega total hecha mujer. Nunca dejó de soñar, y eso, hoy, es un legado entrañable y un kilate extinguido que nos toca honrar.
Soñaba con nuevos proyectos a medida que distintos dolores la iban llamando. Soñaba con aliviarlos, y sus sueños eran compartidos. Toda su vida, desde que se convirtió en Hebe de Bonafini, la atacaron y con saña. Hoy mismo en los muros gorilas están diciendo que “es un hermoso día” y riéndose de su muerte.
Son los que festejaban el cáncer y hace poco lamentaron que no salieran los tiros. Son los mismos. Los que, a diferencia de las verdades incómodas, siempre nadan en las mentiras por la espalda. Ya se extraña la voz de Hebe mandándolos al carajo.
Habrá que recuperar esa voz. Habrá que seguir pegando el oído a su fortaleza. Habrá que reinventarla en nosotros. Habrá que rendirle tributo en el amor a los débiles. Habrá que recolocarla a Hebe en el panteón de patriotas que se consagraron a su causa. Habrá que llorarte, Hebe, con sueños en la imaginación, con indignación en las encías y con viento de frente en las banderas.
Llevaremos la ternura dispuesta muy cerca de la rabia. Fuiste para nosotros la madre que nos parió de un modo argentino. Tu llama queda encendida. Soñamos con la victoria, y venceremos.
Sandra Russo